Madrid, 29 dic (Desirée García I EFE).- En el año 2020 descubrimos que no solo pueden enfermar las personas. Los virus también afectan a la información y sus consecuencias, en ocasiones, pueden ser las mismas: la muerte.
En enero se empezaron a conocer los primeros casos del nuevo coronavirus y, el 11 de marzo, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Gebreyesus, declaraba oficialmente la covid-19 como una «pandemia«.
Semanas antes, la OMS ya había advertido de la existencia de una «infodemia» o sobreabundancia de información, rigurosa y falsa, sobre esta nueva enfermedad.
Este atracón informativo, sobre todo cuando el plato principal fueron rumores y mensajes falsos viralizados en internet, ha tenido efectos secundarios muy peligrosos: polarización social, debilitamiento de las democracias, cuestionamiento del Estado de derecho.
La sociedad ha enfermado. Pero la salud pública ha sufrido el golpe más directo de estas desinformaciones, que animaban a hacer (beber agua caliente, comer alimentos alcalinos, ajo, injerir ácidos y desinfectantes) o a dejar de hacer cosas (no llevar mascarilla ni vacunarse porque es peligroso) que solo en el mejor de los casos podían resultar inocuas.
En ocasiones, han muerto quienes recibían estos mensajes.
En los primeros meses de la pandemia, dos hombres fueron atendidos en Catar tras ingerir gel hidroalcohólico. En India, 12 personas enfermaron por beber licor hecho con semillas de estramonio, una planta tóxica a la que un vídeo publicado en redes sociales le concedía la falsa capacidad de inmunizar contra la covid-19.
Peor fue el rumor acerca de que el consumo de metanol (un tipo de alcohol no bebible utilizado en combustibles y disolventes) podía desinfectar el cuerpo y aniquilar el virus el que más daño ha hecho. Al menos 800 personas murieron tras consumirlo para combatir la covid en varios países, especialmente en Irán.
Casi al mismo tiempo, el presidente de EEUU, Donald Trump, apuntaba la posibilidad de inyectar desinfectante en pacientes, lo que provocó la reacción inmediata de fabricantes, médicos y agencias gubernamentales, que lanzaron advertencias contra el consumo de desinfectantes como la lejía.
Más difíciles de medir son los daños que sobre nuestra salud y la sociedad están haciendo contenidos falsos como los siguientes, los que más se han compartido durante 2020:
1.- La pandemia no es una mentira.
Homeópatas, pseudocientíficos, conspiranoicos y grupos negacionistas han intentado asentar la creencia de que la covid-19 es una «plandemia«, de que todo es un engaño orquestado por unas elites globales que la utilizan como instrumento para controlar a la población.
Al hacer estas afirmaciones, obvian que la propia OMS declaró la existencia de una pandemia o de que instituciones sanitarias, gubernamentales y académicas y medios de comunicación independientes informan a diario de casos y muertes. Según el centro de datos de la prestigiosa Universidad Johns Hopkins, el coronavirus ha matado a 1,7 millones de personas en todo el mundo.
2.- Las mascarillas no son peligrosas para la salud.
En verano proliferaron los «antimascarillas», grupos que militaron en las redes sociales en contra del uso de este equipamiento médico porque, según decían, pueden provocar hipoxia, infecciones y hasta la inflamación de la pleura, la membrana que recubre los pulmones.
En estos meses, sin embargo, se ha constatado que las mascarillas son una barrera frente a la covid-19 y que su uso es seguro para la salud. Es cierto que en determinadas situaciones pueden llegar a provocar sensación de ahogo, pero están hechas de un material que siempre permite el paso del aire y respirar con normalidad.
La única precaución que debemos tomar es la de respetar sus consejos de uso y vida útil.
3.- Las vacunas no matan.
Ninguna vacuna provoca la muerte ni lleva asociada una tasa de mortalidad (que algunos mensajes situaban en el 33 %). Así comenzaban los antivacunas a inocular el miedo meses antes de que las farmacéuticas presentaran sus antivirales contra la covid.
La vacuna de Pfizer, la primera que se ha administrado en Europa, puede provocar cansancio, dolor de cabeza, muscular o en las articulaciones, fiebre, escalofríos, según el prospecto. En casos raros (1 %), pueden tener efectos secundarios como malestar general e inflamación de los ganglios linfáticos.
4.- La covid-19 no se ha expandido a través de las redes 5G.
Las teorías que sostienen que el 5G es nocivo son tan jóvenes como esta tecnología de telefonía móvil, que todavía se está desplegando, pero han arraigado aprovechando la pandemia: el gancho es que se puede contraer el coronavirus al usar redes de quinta generación.
No obstante, no hay pruebas que desmuestren una relación causal entre la exposición a estas tecnologías y efectos adversos sobre la salud (ya sea contraer cáncer o la covid-19). De hecho, expertos aseguran que es físicamente «imposible» la interacción entre las ondas de las redes de telecomunicaciones y un virus.
5.- Las vacunas no tienen ingredientes peligrosos como microchips o tejidos de abortos.
Los antivacunas, uno de los grupos conspiranoicos con más trayectoria, han boicoteado la carrera hacia la vacuna contra la covid-19 desde varios frentes: han afirmado que los antivirales pueden matar y, aunque no lo hagan, contienen ingredientes tan peligrosos como extraños.
Dicen que estos medicamentos llevan microchips, un dispositivo que la tecnología actual no permite introducir en una solución inyectable.
Y de tejidos obtenidos de abortos en algunas de las nuevas vacunas contra el coronavirus. Es cierto que algunos antivirales utilizan nuevas células creadas en laboratorio cuyo origen se encuentra en tejidos pulmonares de dos abortos muy concretos realizados en los años 60 en Suecia y el Reino Unido, pero el preparado de AstraZeneca, por ejemplo, contiene adenovirus de chimpancé.
6.- La vacuna de la gripe no ha propagado la covid.
Poco antes de la campaña de vacunación de la gripe circularon mensajes que aseguraban que el contagio de la covid-19 había empezado realmente en octubre de 2019 con la inyección de vacunas contra el virus de la influenza «contaminadas«; el coronavirus, según esta teoría, habría permanecido latente en el organismo de los enfermos hasta aflorar meses después.
De nuevo, es un bulo sin fundamento científico. El SARS-CoV-2 no tiene relación alguna con el virus de la gripe y haberse inyectado ese antiviral no aumenta el riesgo de contraer el nuevo coronavirus.
7.- Ningún alimento puede curar la covid.
Comer alimentos alcalinos con pH elevados no elimina el coronavirus ni evita su contagio, ni siquiera altera de forma apreciable el pH de la sangre. Tampoco funciona tomar café, ajo, beber mucha agua, tomar té con bicarbonato o vitamina C.
No hay evidencia alguna de que ningún alimento proteja contra el coronavirus. Los nutricionistas aclaran también que no existe esa relación beneficiosa causa-efecto entre alimentación y refuerzo de las defensas inmunológicas.
8.- Una sopa de murciélago no originó el virus.
La paciente cero del coronavirus que originó la pandemia en la ciudad china de Wuhan no se contagió por tomar una sopa de murciélago, como predicaba uno de los bulos que estrenaron la infodemia.
El origen exacto del SARS-CoV-2 sigue siendo incierto y ha alimentado variadas teorías. Por el momento, se desconoce cuál es el reservorio natural y el posible transmisor del virus a los humanos, ya que no se ha podido detectar en ningún animal vinculado con el momento y el lugar de origen de la pandemia. Pero lo que sí se sabe es que los alimentos no trasmiten el coronavirus, según la OMS.
9.- Bill Gates no dijo que la vacuna mataría a 700.000 personas.
Al cofundador de Microsoft y multimillonario estadounidense Bill Gates se le ha vinculado con la pandemia desde muchos grupos conspirativos, que le acusan de orquestar un plan para crearla y propagarla junto a otros miembros de una oscura elite mundial.
Una de las supuestas pruebas aportadas en estos mensajes es que Gates ha advertido de que la vacuna contra la COVID-19 podría matar a 700.000 personas. Pero se trata de una tergiversación de sus declaraciones: el magnate da esa cifra durante una entrevista para referirse a las personas que podrían sufrir algún efecto secundario (no fallecer) si se inyectaran los antivirales.
10.- Ningún helicóptero ha fumigado ni va a fumigar a la población contra la covid.
Finalmente, hubo helicópteros que cruzaron todas las fronteras durante la pandemia… a través de las redes sociales.
Un mensaje se repitió con formatos y palabras distintas en los países que empezaban a confinarse: habría aeronaves que surcarían el cielo para fumigar pesticidas contra el nuevo coronavirus.
Aparecieron en España, Reino Unido, Filipinas, Sri Lanka, China… Y desaparecieron igual que llegaron: sin dejar rastro de un origen y un propósito que, todavía hoy, son un misterio.